Durante todo el embarazo la pregunta más frecuente que me han hecho es “Y Leo, ¿cómo está tomando tu embarazo?”. “Bien. A ratos y a ratos”, contesto yo.
Y sí, hay momentos en los que todo parece que es perfecto y hay ratos en los que me pregunto “¿En qué me metí?”. Definitivamente ha sido complicado estar embarazada con un niño de tres años, pues aunque ya no es un bebé, sigue sin comprender qué es lo que está pasando. Recuerdo una plática en la que comentaron que para un niño, recibir un hermano es comparable a si un esposo lleva a una segunda mujer a su casa. Ese sentimiento de traición que puede llegar a tener la esposa es lo que siente el primer hijo cuando se le anuncia que tendrá un hermanito.
Hemos pasado por varias etapas a lo largo de estos 7 meses. Empezamos por anunciarle que estaba creciendo un bebé en la panza de su mamá, lo cual le causó curiosidad al principio y rechazo después, así que optamos por no decirle nada ni mencionarle al bebé ya que mientras él no viera cambios físicos en mí no había necesidad molestarlo. Una vez que vio que mi panza crecía fue cuando él empezó a hacer preguntas, y una vez confirmado que era niño su rechazo se convirtió en emoción y preocupación. Le angustiaba no poder ayudar a su hermano, o que se le hundiera cuando lo tuviera que bañar; también quería dormir en su cuna con él para escucharlo si lloraba. Creo que mucho tiene que ver que la gente le asigna el papel de hermano mayor y le dicen que ahora “tendrá que cuidar de su hermanito”. Después de varias pláticas tanto mías como de Daniel con Leo pudo comprender que no será su responsabilidad el criar al bebé. Así que entramos a la última etapa (en la que nos encontramos actualmente) el amor incondicional a la panza, la emoción de sentirlo y sus ganas de conocerlo. Claro, dentro de estas cosas tan maravillosas también tenemos la parte de los berrinches incontrolables, el rechazo hacia mí y que la mitad del día no sabe lo que siente.
Sé que lo que más necesita en este momento es amor y paciencia, pero no es fácil no desesperarme cuando se tira al piso gritando, o no me hace caso cuando le hablo o me grita “Quítate fea, me estorbas” en el súper. Me enojo, nos peleamos y no tardamos en reconciliarnos llorando los dos, comprendiendo que los cambios nos están volviendo locos y que necesitamos seguirnos abrazando a lo largo de todo este proceso.


No me queda duda de que cuando conozca a Iñaki sentirá un gran amor, ese que sólo se llega a sentir por los hermanos, y que agradecerá conforme vaya creciendo el tenerlo en su vida. Mientras, sólo nos queda seguir buscando maneras para que la llegada de este bebecito sea lo más tranquila y sencilla posible.