Hay días. Ayer fue uno de esos. Desperté con el corazón apachurrado y con una fuerte necesidad de hablar contigo. Tantas cosas en mi cabeza, tantos consejos que necesito y tú no estás.
Lloré, como desde que te fuiste no lo había hecho y con mucho fervor te pedí que me ayudaras a encontrar paz. Manejé en silencio a la escuela; aún estaba obscuro. Y fue en ese momento que sentí que me escuchabas. “Me haces falta”, te dije. “¿Qué me dirías si estuvieras aquí?” Claramente escuché tu voz, pero no fue un consejo lo que me diste. Te escuché cantando a todo pulmón “And he don't know, I dug my key into the side Of his pretty little souped-up four-wheel drive, carved my name into his leather seats. I took a Louisville slugger to both headlights, I slashed a hole in all four tires. Maybe next time he'll think before he cheats”. Con una carcajada comprendí que aun estando tan lejos tienes tus maneras especiales de entender lo que mi corazón necesita y te agradecí porque logré sonreír entre lágrimas.
Ayer fue uno de esos días en que te extrañé como loca pero tú no te fuiste de mi lado y de mil maneras me demostraste que estuviste acompañándome todo el día. Nuestra foto que apareció en el libro de un alumno, las tres canciones de “Mamma Mia” que se escucharon en la radio, la mucha inspiración que tuve para los nuevos proyectos y el abrazo que sentí antes de dormir fueron algunas de las señales que recibí.

Gracias por seguir junto a mí.