Decidimos tomarnos unas vacaciones de la capital del calzado e irnos a la capital del país. Empezó la aventura con dos viajes en coche, uno de ellos con Leo queriendo salirse de su portabebés (no pudimos llevar la sillita), y el otro dormido todo el camino, lo que hizo todo más fácil. ¡Qué distinto es viajar con un niño a con un bebé! Desde que puse la maleta me di cuenta de que todo se va haciendo más sencillo conforme pasan los meses.
De recién nacido (y varios meses después), el ir a visitar a mis papás implicaba cargar con 6 biberones, lata de fórmula, garrafón de agua Gerber, cepillo para lavar biberones, esterilizador, separador de leche, chupones, pañaleros, mamelucos, ropita, trapitos y toallitas, shampoo, jabón, crema y unas cuantas cosas más. Ahora, un par de biberones, ropa y luchadores funciona. Mi principal complicación fue escoger qué ropa llevar.
Unos kilómetros después llegamos a la CDMX y como, buenos pueblerinos, yo asombrada con los edificios y Leo desquiciado con el tráfico. Comimos, caminamos y disfrutamos la variedad de gente que se pueden ver en las calles, incluso la variedad de idiomas que se escuchan en un mismo lugar.
Nuestra primera visita turística fue en el Acuario. Llegó Leo dormido y cuando lo despertamos para empezar el tour sonrió al verse rodeado de peces. Me encantó la variedad, la limpieza y la atención del acuario. Leo vio a los peces, tiburones y tortugas, pero su parte favorita sin duda fue comer palomitas que también intentó compartir con los pingüinos.
Seguirá el viaje y yo iré recolectando fotos y memorias.
