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Trabajar fuera de casa

Mi mamá fue ama de casa y yo siempre me consideré afortunada de que estuviera cerca cada vez que la necesité. Sin embargo, siempre supe que yo no seguiría sus pasos. Mis papás insistieron en la importancia de tener una educación universitaria y siempre quise tener un trabajo afuera. Mi mamá nos decía que buscáramos una carrera que nos gustara pero que tuviera el plus de poder ser compatible con el tener una familia. Cuando me decidí por la carrera de Lenguas Modernas me enamoró el hecho de poder dedicarme a traducir desde mi computadora sin la necesidad de tener un horario de oficina y cuando me gradué y decidí dedicarme a la docencia me encantó que en un futuro cuando tuviera hijos tendría los mismos horarios que ellos, incluso con vacaciones de verano.


Cuando me enteré que estaba embarazada llevaba ya un par de años trabajando en 3 lugares con una jornada de 14 horas diarias y de 5 los sábados. Fue difícil cambiar mi rutina y tuve que decidirme por dos lugares de los 3 en los que estaba y bajé mis horas de 14 a 9 diarias. Al mes y medio de que nació Leo tuve que regresar a uno de mis trabajos, aunque el horario no era tan pesado como antes de que naciera, sólo iba de 7 a 10 y de 1 a 3; lo pesado fue cuando se acabaron mis 3 meses de incapacidad de mi segundo trabajo y tuve que agregar a mis horas lejos de Nayo de 4 a 7 de la tarde.


Trabajar me servía para distraerme de mi nuevo rol de ser mamá y poder pensar un poco en mí, me hizo poder terminar de salir de la depresión posparto y motivarme para meterme a bañar y quitarme los pants. Claro, hubo muchas cosas que odié de regresar a trabajar como el estrés de no saber si Leo estaba bien, el tener que buscar quién lo cuidara y la desesperación del tráfico del trabajo a mi casa cuando me moría de ganas de llegar a verlo.

El día que regresé de trabajar y me dijeron que Leo se acababa de rodar por primera vez supe que tenía que renunciar a uno de mis trabajos para poder estar en más momentos importantes. Renuncié al día siguiente y dos semanas después comencé la aventura de pasar mis tardes sola con mi bebé. Influyeron muchas cosas para poder tomar esta decisión, entre ellas un reacomodo de la economía familiar para poder dejar un sueldo y, aún con esos ajustes, fue una de las mejores decisiones tomadas en mucho tiempo.


Soy afortunada de haber podido hacer compatible mi vida profesional con la personal y claro que los ajustes siguen y las situaciones no siempre son fáciles. Hay ocasiones en que trabajar fuera de casa llega a causar estrés; por ejemplo, cada vez que Leo se enferma sufro al buscar con quién dejarlo, pues aunque mis papás han sido una ayuda increíble y cada que pueden nos visitan para cuidarlo y Martha, otro angelote para nosotros, siempre queda la cosita en el alma de que no estoy ahí para él.


He recibido muchas críticas y consejos no pedidos desde que me convertí en mamá, pero creo que ninguna crítica ha dolido tanto como cuando la gente tuerce la boca cuando escucha que Leo va a guardería (como si fuera algo malo), o cuando me preguntan por qué no “agarro trabajo en una escuelita” para que sólo trabaje “unas dos horas al día”. No, no es fácil sentirse juzgada por tratar de seguir trabajando en mi profesión y duele ver que mucha gente sigue pensando que para que alguien se pueda considerar una buena mamá tiene que estar dentro de su casa todo el día. Sí me he llegado a preguntar si lo que estoy haciendo está bien o si debería de hacer caso a esos comentarios (molestos), pero a final de cuentas sé que soy quien soy gracias a todas las partes de mi vida que me complementan como ser humano: soy mujer, hija, hermana, profesionista, docente, amiga, esposa y claro, madre.


 

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